La violencia infantil es uno
de los problemas que como sociedad debiera preocuparnos permanentemente, no
sólo por las repercusiones psicológicas y físicas que afectarán durante toda la
vida a los niños que la padecen, que ya es decir bastante, sino porque la
violencia infantil origina la descomposición social en un viaje sin retorno.
La violencia infantil ha
existido siempre y en todos partes, sin embargo, no podemos soslayar que a
partir de la Declaración de los Derechos del Niño (O.N.U. 1959), la violencia
infantil es considerada como un delito y un problema de profundas consecuencias
psicológicas, sociales, éticas, legales y médicas.
México participó y se
comprometió en dicha Convención a velar por la salud física y mental de los
niños y niñas mexicanos, a defender sus derechos, compromiso que al no cumplir propició el aumento de la
impunidad y el deterioro de la sociedad en nuestro país.
Estamos obligados a hacer un
alto en el camino y tomar medidas emergentes.
El tema de la violencia
infantil es amplio, se ha escrito mucho sobre el maltrato hacia los niños y a
los jóvenes; existen estadísticas alarmantes de las consecuencias trágicas que
no sólo los afectan sino que incluso les han arrebatado la vida.
Yo quiero plantear dos puntos importantes que nos competen.
El primero es sobre el abandono de la infancia por parte del
Estado al limitar recursos para la implementación de programas de salud,
alimentación, atención, protección, estimulación temprana y educación de
nuestros niños, que
constituyen una forma de violencia, y por lo cual vamos a trabajar arduamente
para revertir las consecuencias que tenemos a la vista.
El segundo punto es sobre la violencia intrafamiliar, que no sólo
se refiere al maltrato físico o al abuso sexual, sino a la carencia de afecto y a los diversos tipos de abandono que
sufren infinidad de niños en México. En este segundo punto también vamos a
trabajar puesto que es posible dotar
a los padres, y a los familiares cercanos a los niños, de la información
necesaria para prevenir y evitar comportamientos agresivos que lesionan a sus
hijos.
El desamparo que sufre un
niño, por ejemplo, provoca traumas que dañan severamente el hipotálamo,
causando además la muerte de neuronas y lesiones irreversibles en el sistema
nervioso central. Este daño, es causado por la liberación de una cascada de Cortisol, Adrenalina
y hormonas de estrés segregadas durante un episodio de abandono, que no sólo
dañan las células cerebrales sino también la memoria, poniendo en marcha una
desregulación permanente de la bioquímica cerebral.
Esta desregulación provoca
alteraciones severas como la ansiedad, la depresión, la indefensión APRENDIDA,
el síndrome de estrés postraumático, trastornos del apego y alteraciones del
comportamiento, es decir de la conducta. Los niños que sufren cualquier tipo de
abandono están destinados, a presentar conductas que les impiden desarrollar su potencial
intelectual y humano.
La ansiedad y la depresión
conducen a la soledad y ésta al consumo de sustancias tóxicas o a comportamientos
autodestructivos.
La indefensión APRENDIDA
conduce al sometimiento y a la falta de creatividad e iniciativa, al miedo.
Los trastornos del apego
evitan una integración social sana y provocan la réplica de la violencia
recibida.
Las alteraciones del
comportamiento están ligadas al resentimiento y desencadenan también violencia
y agresión.
Esto lo estamos palpando en
una sociedad integrada, cada vez más, por seres trastornados emocionalmente que
presentan conductas antisociales.
Ahora bien, conviene
considerar que la violencia infantil intrafamiliar no siempre es provocada con
intencionalidad sino como respuesta a problemas económicos, de bienestar, de
salud mental o de ignorancia.
Los supuestos saberes sobre la crianza de los niños muchas veces los
expone a castigos y represalias que los dañan para siempre. Por lo tanto
resulta de vital importancia hacer llegar a las madres y padres información
real que los oriente y les brinde herramientas para conducirse por el camino adecuado,
asimismo, a extender la atención hacia las madres y padres, reafirmando el
objetivo de trabajar por una sociedad más justa.
De igual forma habrá que
rescatar costumbres y tradiciones de nuestro pueblo que enriquecen la crianza
de los niños, como la lactancia, las hamacas, los rebozos, los arrullos, la
socialización con la comunidad, la integración del menor mediante el juego y el
contacto con la naturaleza; la cercanía con los abuelos y otros miembros de la
familia. Rescatar costumbres y tradiciones valiosas que han sido desplazadas
por un sistema de consumo que prioriza objetos materiales, alimentos
artificiales y modelos de personalidad ajenos a nuestra cultura.
Visto lo anterior de manera
general, porque obviamente existen particularidades y excepciones, queda claro
que México ha seguido un camino equivocado respecto a sus nuevas generaciones.
Desatender a la infancia ha
generado una sociedad deformada, descontrolada, improductiva, resentida, y lo
más triste, poco feliz o infeliz.
Tenemos en nuestras manos la
posibilidad de empezar a transformarla.
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