En esta segunda parte explicaré por qué nuestra
propuesta está encaminada a empoderar a los futuros ciudadanos, como una
expresión no tanto liberal como democrática, entendida ésta en su amplio
significado de “poder del pueblo”.
Primero el ámbito económico. El fenómeno que esta ley busca en el largo plazo: abatir la
pobreza intergeneracional.
Actualmente y en un escenario de bonanza, quien nace pobre muere
pobre. Y utilizamos el adjetivo “bonanza”, porque en muchos casos quien nace
pobre muere más pobre aún. Seis de cada diez niños vivirán peor que sus padres.
La misma OCDE, en su documento titulado “Estudios económicos de
la OCDE: México 2007”, indicó
que la trampa de la pobreza surge de la falta de inversión en capital humano
dentro de un círculo vicioso intergeneracional, lo cual limita la productividad
e impide el crecimiento, afectando el desarrollo de las sociedades.
Es necesario preparar el futuro, dejar de
responder al pasado. No basta con transferencias económicas focalizadas que nos
permitan establecer en un estudio que el ingreso per cápita ha aumentado.
Orientar el presupuesto a disminuir la desigualdad. Destinar
recursos a otorgar cosas a la gente no necesariamente significa que la
inequidad pueda desaparecer. En el Distrito Federal, buscamos que la atención a
la Primera Infancia sea el inicio de una serie de acciones emprendidas por este
gobierno para propiciar condiciones de igualdad para los futuros ciudadanos.
Que puedan llevar a cabo elecciones racionales sin que necesariamente sean
presa de una circunstancia situada y adquieran conocimiento y habilidad
política, que aprovechen y potencien todas sus capacidades.
¿Por qué hacer tanto énfasis en la disminución de la desigualdad
desde la Primera Infancia?, cito al Premio Nobel de economía Joseph Stiglitz: “Las últimas investigaciones en materia de
teoría económica y de psicología han revelado la importancia que los individuos
conceden a la equidad. Lo que ha motivado las protestas en todo el mundo, más
que ninguna otra causa, es la sensación de que los sistemas económico y
político eran injustos […] el problema no solo era que resultaba difícil
encontrar trabajo, sino que los empleos que había disponibles iban a parar a
las personas con contactos […] Quienes se licenciaban en las mejores universidades
con las mejores notas tenían más posibilidades de conseguir los mejores
empleos. Pero el sistema estaba amañado, porque los padres adinerados enviaban
a sus hijos a las mejores guarderías, a los mejores centros de enseñanza
primaria y a los mejores institutos, y esos estudiantes tenían muchas más
posibilidades de acceder a la élite de las universidades”.
Con la aplicación de una política pública
con un enfoque como el que nosotros proponemos, podremos subsanar algunas
fallas que presenta actualmente la economía, donde se amplifica la voz de los
más afortunados, de tal suerte que las leyes se diseñan para enriquecerlos a
expensas del resto de la sociedad. Cito nuevamente: “Es improbable que una
economía en la que la situación de la mayoría de ciudadanos vaya a peor, año
tras año, pueda funcionar a largo plazo”.
Hemos abordado el término empoderamiento.
A continuación intentaré ahondar respecto a cuáles son los lineamientos en
términos de concepción del individuo que perseguimos y cómo es que intentamos
traspasar la barrera que desde nuestro punto de vista permea en muchas acciones
de gobierno.
En principio, nuestra normativa se
concibió en términos analógicos, es decir, que nos permita medir e incrementar
los niveles de práctica social y generar identidad. Se plantea así también
porque en Primera Infancia hablamos de un empoderamiento individual.
Nuestros objetivos radican en romper con
la concepción de los seres humanos como igual y racionalmente capacitados para
participar en comunidad, porque intervienen los sentimientos, el afecto y las
emociones. Es falso que la persecución
racional del interés individual conduce al bienestar común de toda la sociedad,
como lo suponen incluso escuelas de pensamiento tan citadas como la de Chicago.
La construcción de nuevos sujetos demanda
romper también con la cultura dominante del consumismo competitivo, la cual
tiende a incrementar la brecha entre el objetivo de la igualdad política y su
realización actual, “afectando negativamente también la cultura ciudadana”
(Dahl, 2006). Hacemos mención de dichas
inequidades porque se extienden directa e indirectamente a la información, el
estatus, la educación y el acceso a las élites políticas y, lo más importante, estos
recursos son fácilmente convertidos en recursos políticos, recursos que se usan
fácilmente para lograr influencias, autoridad y poder sobre otros. La práctica
social del clientelismo requiere de dos actores principales, y consideramos que
la mejor forma de eliminarlo y no permitir que la mercantilización de la
política continúe dominando radica en construir cimientos empoderadores.
En términos de aquellos que comparten
la definición liberal de democracia, echaré mano de las palabras de Robert
Dahl: “Las capacidades de los ciudadanos –su conocimiento y habilidades
políticas— para usar sus recursos políticos eficiente y efectivamente para
alcanzar sus objetivos están distribuidas muy desigualmente”. Pregunto, ¿qué estamos haciendo para que los
futuros ciudadanos hagan uso de las facultades, incluso derechos que la ley les
confiere?
Las concepciones liberales rígidas erosionan
las tendencias comunitarias e incrementan las divisiones sociales, además de
impedir la organización ciudadana. No debemos olvidar que ninguno piensa igual
que otro, por lo tanto, no toma decisiones iguales.
Buscamos que en un sistema de democracia
liberal representativa exista el principio de equidad social y empoderamiento
económico, una concepción que nos permita decir que el nuestro es un modelo donde
se crean oportunidades mediante instituciones formales e informales que permita
a todos, sin distingo, capacitarse en materia de nutrición, salud, educación,
trabajo, información, organización comunitaria y política.
La democracia no es solamente un asunto de gobierno, es un asunto de
poder ciudadano que se inicia desde la Primera Infancia.
Para finalizar considero pertinente establecer
que no buscamos que los infantes sean únicamente sujetos depositarios de
atributos, cuidados o beneficios. La atención integral a la Primera Infancia
busca la consecución de derechos y la capacidad para ejercerlos, configurar la propia
vida y el entorno. Estamos pues, ante un asunto de poder ejercer las libertades.
Entendemos empoderamiento como
un proceso tanto individual como colectivo para tomar decisiones, sean estas rutinarias
o conscientes. Es indispensable para el avance de una sociedad la existencia de
individuos y comunidades que sean protagonistas de la historia, no únicamente
espectadores.
La ley que nos convoca busca atacar y en el
largo plazo erradicar las diferencias en capacidades desde la Primera Infancia,
propiciar que los capitalinos no vean sus preferencias intimidadas por los poderosos,
ni mucho menos manipuladas a un grado tal que acepten como “normal” el orden inequitativo
existente. Repito, se trata del ejercicio de libertades y de distribuir las
oportunidades igualitariamente.