El cielo de los gatos no está muy lejos de aquí, basta con que un felino respire por última vez para que abra sus enormes puertas. No tienen que viajar por mucho tiempo para llegar, un parpadeo es lo que lleva llegar ahí.
El cielo de los gatos es un lugar difícil de entender pues tiene ventanas enormes por donde siempre pasan los rayos del sol sin importar la hora. Ahí no existe el tiempo ni las estaciones, es por eso que hay campos nevados donde los gatos hunden gustosos sus patas justo al lado de cálidos terrenos empastados donde comer y vomitar.
En el cielo de los gatos hay arboles enormes que trepar que curiosamente al final tienen unas escaleras para poder sin problemas bajar. Cuerdas de lana cuelgan por todos lados, plumas de colores flotan en el aire mientras que miles de taparroscas se deslizan de una punta a la otra del salón principal.
En el cielo de los gatos sólo hay ratoncitos hechos de estambre y pajaritos de pelusas. Hay torres de mecate y cientos de teclados y libros dónde descansar. Hay sofás gigantes hechos trizas donde encajar las uñas, repisas por las paredes para escalar y túneles por dónde perseguir a los más paqueños.
En el cielo de los gatos se reencuentran gatitas con sus cachorros y amamantan por igual propios y ajenos. Ahí se reconocen viejos amigos y compañeros de refugio.
Al cielo de los gatos han llegado esos hermanitos que durmieron por última vez en una bolsa de plástico, también llegó esa gata gruñona a la que amarraron cuetes en la cola la noche de año nuevo. Una noche llegó ese gatito al que aventaron a los perros maltratados y por la mañana lo alcanzó la gata envenenada en la bodega de la Central.
En el cielo de los gatos vive desde hace muchos años la Misha que acompañaba a mi papá en sus siestas de los domingos por la tarde, y seguramente ya se encontró con aquel gatito al que aún con el cordón umbilical colgando intenté salvar después de que lo separara de su madre un recolector de basura.
Hubo un evento especial para Ruperto y los gatos que lo acompañaron a este cielo el 19 de septiembre, también hicieron fiesta cuando llegaron los gatitos que vivían en los pastizales de Cuemanco el miércoles pasado.
En el cielo de los gatos hay trato especial para gatas huérfanas y gatos maltratados; mimos y premios de pescado reciben sin cesar.
El cielo de los gatos tiene una sala muy especial con sillones y cojines suaves para los gatos viejos. Ahí no hay ruidos fuertes ni cachorritos que quieran jugar, sólo hay paz y un gran tapete térmico. Es en esta sala donde ahora vive Kato. Después de despedirnos esta mañana con un beso y un “te amo para siempre” voló hasta llegar a la puerta del Cielo de los Gatos para no volver a tener mocos ni ataques de estornudos a media cena.
Se fue recién bañado, oliendo a talco y dejando un corazón partido en mil pedazos.
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