Los del poder ataron el nudo de la situación en 1988 y es la fecha que se ríen en nuestra cara. Uno por uno. Los gobernantes que salen, forrados de billetes y mala conciencia. Los que llegan, que nunca se fueron, listos para lo mismo, y más si se puede. ¿Qué más queda por realizar: petróleo, metales, manantiales, costas, cerebros educados (que inexplicablemente sigue habiendo)? O los caimanes sindicales, que serán los únicos sobrevivientes de la aniquilación laboral en curso. ¿Cuántos gobernadores, mandos policiacos, delegados federales y cualquier tipo de burocracia local viven fuera de la ley, hasta que los alcanzan o no el plomo y las rejas?
La emigración nos desangra y no resuelve, sólo lleva los problemas de nuestra gente al otro lado, donde todo la hace sentir que no pertenece y el éxito sólo puede ser individual. La educación nacional es una catástrofe en progreso a la que no se le mira fondo; cómplices clave en este desmantelamiento son los medios electrónicos masivos, que a través de un monopolio no sólo de frecuencias sino de sinapsis de la población abierta, simplifican las funciones y los esfínteres sociales, las reacciones de la audiencia con una dieta pobre de información verídica y un tsunami de entretenimiento, chisme, publicidad, mala música y telenovelas que sí que están para llorar.
Se carcajean de nosotros en sus inauguraciones, bodas y velorios. Se inventan pueblos mágicos y grados honoríficos. Representar al pueblo en el Congreso representa hoy una fontana de oro, y regentear un partido político, casi que mejor.
Y los despojos. Las golpizas con muertos y cárcel. La montaña de malos chistes, como ese de salvar a la borbónica Armada Invencible en picada irrefrenable, que ni es bronca nuestra, o que entre más y mejor petróleo descubren, más les crecen las ganas de poner la ganancia en manos de otros (sus amos, que no nuestros). ¿Terminarán desolado el paisaje y esclavizada la gente, con la autoestima por el piso entre el alboroto y el desencanto?
Despiertos están los jóvenes que se percatan y disienten. Despiertos los pueblos indios que ya dijeron que no se van a dejar y que resisten. Despiertos los movimientos de barrio y de ciudadanos, las familias de víctimas y los opositores autóctonos a eólicas o autopistas idiotas.
Despiertos los que se hartaron de la contaminación y los que no permitirán que los inunde una represa, o una mina de plutonio reviente el ombligo de su suelo.
Pero se necesita que muchos más despierten, y las anestesias y los miedos están muy, lo que se dice muy pesados.
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