CALDERON, PEÑA, LULA Y LA IZQUIERDA "CORRECTA"
Francisco Estrada Correa
Ya hemos abordado el tema en otras ocasiones, el del Mito Lula y su paradigma de la "izquierda correcta" que tanto le gusta a la derecha, a la mundial y la nuestra sobre todo; pero nada más ilustrativo como las declaraciones y las estampas que produjo su más reciente visita.
Basta recordar lo que dijo Felipe Calderón ante empresarios en el aniversario de ConMéxico: "Déjenme citar, señaló, a una persona muy admirada en México, por mí también, y buen amigo mío, como es el ex Presidente Lula". Desde luego para avalar sus propias posiciones y propuestas, que remató de la siguiente manera: "Necesitamos reformas que posibiliten la inversión en capital privado, no que lo restrinjan, y no sólo capital nacional, capital internacional". El mismo discurso, por cierto, con el que reaparece Carlos Salinas para autorresponder a su pregunta ¿Qué Hacer? Y repetir: privatizar, abrirse, concluir las reformas que él inició. Crear, en pocas palabras, "una nueva etapa de liberalismo social", su ya vieja propuesta con la que empezó a enterrar hace 20 años el programa popular surgido de la Revolución Mexicana.
Y el problema, hay que insistir y ser muy claro en ello, no es el capital privado ni la inversión extranjera en sí sino el modo como los gobiernos neoliberales mexicanos -empezando por el salinista y acabando con el calderonista- han abordado la privatización, no otra cosa que una muy buena estratagema para justificar la corrupción y el tráfico de influencias, y un muy buen pretexto para encubrir su entreguismo y el saqueo de nuestros recursos y de los bienes del pueblo por las grandes corporaciones globales.
No es la primera vez que Calderón externa, por cierto, su admiración por el ex Presidente brasileño, así que eso no es lo que asombra. Lo que asombra es que en ese mismo tenor hayan coincidido, casi como si fuera campaña, personajes aparentemente tan disímbolos como Cuauhtémoc Cárdenas, Marcelo Ebrard, Miguel Alemán y hasta Enrique Peña Nieto. Porque ahora resulta que todos quieren parecerse a Lula o gobernar como él.
Por eso yo sé que a muchos que presumen de izquierdistas les va a sonar como sacrilegio lo que voy a decir, pero la verdad es que, independientemente de sus resultados en Brasil -que le toca juzgar al pueblo del Brasil- en México la evocación del lulismo es la bandera más presentable no de la izquierda sino del conservadurismo, del mantenimiento del actual estado de cosas y desde luego del no cambio.
Lo que trato de decir es que quizá no tenga la mayor importancia la profesión de fe lulista del ex gobernador mexiquense e incluso de Felipe Calderón, en tanto estas muy seguramente no impliquen más que una reiteración de sus posturas. Pero en el caso de los izquierdistas llamados "moderados" la tentación de utilizarlo para evidenciar la distancia que hay entre el estilo de AMLO y el de Ebrard, por ejemplo, y la existencia de una izquierda "más abierta", "más tolerante" y con un programa muy parecido al que han tenido para gobernar los priístas y los panistas, deja mucho que desear.
Y deja mucho que desear porque independientemente de la "buena fama" de Lula el hecho es que su exaltación hoy, por lo que representa aquí, puede hacer pensar en que no hay alternativa al neoliberalismo o peor, que lo que en realidad se está cocinando es ese gran acuerdo de coalición para resolver la sucesión del 2012 en un gran contubernio cupular, sin comprometer para nada el modelo político-económico actual sino antes bien para mantenerlo tal cual. Lo que no abona en nada a la unidad de la izquierda, que tanto se dice y se proclama como indispensable para tener posibilidades de ganar.
Me refiero, concretamente a que lo que se presume como ejemplo de izquierdismo no lo es tanto. En Brasil mismo, hace muchos años se empezó a cuestionar la congruencia de Lula; no su eficacia, pero si su compromiso con el programa del partido que lo llevó al poder. Lo que es más, es famosa la declaración de Lula en su primer acto de campaña por la reelección, el 13 de julio de 2006, reconociendo que "nunca fui un izquierdista" y admitiendo que en su segundo mandato proseguiría con políticas conservadoras.
En su favor se alega que si bien no hizo ninguna revolución sacó a 19 millones de personas que estaban sumidas en la pobreza y hoy la economía de Brasil es una de las más dinámicas del mundo, con más de 5% de crecimiento anual. Del lado de sus negativos se dice que no actuó sobre las desigualdades estructurales; que en efecto, durante su mandato las rentas de los más pobres aumentaron de manera notable pero las de los ricos todavía más; que favoreció una política de neo-colonización, al hacer posible que Brasil, que era la octava potencia del mundo industrial, se convirtiera en un exportador de productos primarios; además de que privatizó las jubilaciones y destruyó prácticamente la columna vertebral de la legislación social, en lo que se refiere a los derechos del trabajo, tal como los capitales transnacionales están exigiendo.
Otro problema aún más grande es que embarcó a Brasil en una política de agrobusiness, que aplazó la prometida reforma agraria e incluye el cultivo intensivo de lo que se llama organismos genéticamente manipulados (OGM) y de agrocombustibles, para gran regocijo de empresas como Monsanto, acogidas con los brazos abiertos pero con consecuencias medioambientales y sociales desastrosas.
Esto sin contar que sus políticas asistencialistas más exitosas, como la de Bolsa Familiar, estuvo inspirada por "Oportunidades" de México y ha resultado completamente insuficiente para resolver la desigualdad social.
José Maria de Almeida, líder obrero que participó de la fundación del PT, que fue preso en 1980 junto a Lula y actualmente es miembro de la dirección del Partido Socialista dos Trabalhadores Unificado (PSTU), denunció en su momento que el de Lula no era un gobierno para los trabajadores: "gobierna para los banqueros y grandes empresarios". Y Alipio Freire, otro fundador del PT y ex amigo de Lula, sentenció categóricamente que su mayor pecado ha sido hacer del PT un partido de centro, de "extremo centro", y servirle a la derecha: "La derecha tuvo una estrategia de desmonte del PT y Lula la aceptó".
Efectivamente, algunos de los saldos del lulismo -a quien desde siempre se cuestionó su preferencia por las alianzas con la derecha- fueron el desmembramiento del PT, del que salieron, entre otras, la fracción dirigida por Heloísa Helena (expulsada) y Acción Popular Socialista; la creación de una izquierda dócil mediante la cooptación del movimiento popular y el debilitamiento de la izquierda digamos definida, cuyo voto se redujo a menos del 3% en las últimas elecciones.
Lo que se dice es que, gracias a la gestión y liderazgo de Lula, el más exitoso partido de izquierda de las últimas décadas, que nació con una postura crítica al reformismo de los partidos socialdemócratas y que tantas esperanzas provocó en Brasil y en tantas otras partes del mundo, se asemeja hoy al "New Labour" de la vieja Inglaterra. Ha acabado por convertirse en un partido funcional de la derecha, se agotó como partido de izquierda para calificarse francamente como gestor de los intereses dominantes en el país. En suma, se convirtió en un partido que sueña en "humanizar" el mercado, combinando una política macroeconómica neoliberal y una política social asistencialista, absolutamente ad hoc al capitalismo, razón por la cual Lula es considerado por Wall Street y gran parte de las elites globales como uno de los mejores presidentes de la historia democrática del país.
Precisamente por eso el politólogo Franck Gaudichaud ha calificado su gestión de "social liberalismo a la brasileña" o como dicen otros analistas de "liberal-desarrollismo", una suerte de neoliberalismo populista. Es decir, exactamente lo que propone Salinas, el programa con el que gobernó entre 1989 y 1994, el que nos adosaron los últimos gobiernos del PRI y exactamente el mismo programa que han seguido los del PAN, sólo que llevado a fondo. Porque resulta ahora que el "éxito" de la izquierda radica en llevar hasta sus últimas consecuencias los programas de la derecha que no pudieron hacer los derechistas.
¿A eso se refieren cuando exaltan a Lula y postulan su programa como la solución de México?