10 mayo 2016

Madres de matrices intactas

Una mujer debería tener razones más profundas para tener un hijx que las obsesiones, los miedos, el sentimiento de soledad, las ganas de imitar una película romántica, retener a la pareja, darle un hermanitx al niñx porque se aburre mucho, tener la parejita, realizarse como mujer, conocer el amor verdadero, tener lo más maravilloso que hay en la vida o simplemente porque los baby showers son divertidísimos.

Y porque cualquiera puede tener un bebé y disfrazarlo de muñeca o de clon del esposo repitiendo nombre y apellido (no se le vaya a perder), hoy quiero escribir sobre otras madres. No, las del rompope, esas me chocan. Las otras, las mamás que jamás parieron.


AIDA

Una mujer madura, rondando los 40´s, había decidido junto con su esposo no tener hijos. Su pareja y ella tenían un trabajo digno, no muy estable, pero les alcanzaba para darse sus escapadas y de vez en cuando ir al cine o a alguna fiesta.

Al destino poco le importó su decisión. Un accidente terrible le trajo no sólo el dolor de perder a un hermano, sino un tremendo paquete que hacía ¨tic-tac¨.

Una bomba! Aida y su marido de la noche a la mañana se convirtieron en madre y padre de seis niñxs. Max, el más pequeño iba en el Jardín de Niñxs mientras que su hermana más grande casi cumplía los 18.

La supertía no dudó ni un minuto en arropar a sus sobrinxs, los inscribió en la escuela y adaptó su casa para que todxs tuvieran un espacio cómodo y para que se sintieran en casa. El pequeño salario ya no alcanzaba y Aida tuvo que usar sus talentos para hacer talacha. Arreglaba igual una licuadora que una lámpara de la vecina de junto.

Poco a poco fueron sorteando los desajustes que traen consigo las adolescentes y los estudiantes de primaria. Hoy todos tienen medallas y reconocimientos por sus buenas calificaciones. Max cada vez necesita menos los medicamentos que el psiquiatra recetó ante la ansiedad del pequeño. La familia estrenó hace poco una tienda de abarrotes que va creciendo y ganando clientes en la colonia. Aida siempre está cansada y a pesar de ello tiene la sonrisa tatuada.


CATA

En 1963 nació Catalina, la primera de 18 hermanos. No llegó sola, venía de la mano de su hermana gemela que murió a los pocos días de nacer. Su mamá no tardó mucho en tener otro hijo, y otra, y otro. Cuando Cata apenas tenía 7 años ya ayudaba a su mamá a traer a sus hermanxs al mundo.

Cata aprendió a cocinar desde chica y jamás visitó una escuela; ¨las letras no se me quedan en la cabeza¨ decía. No estoy segura exactamente cuando es que aprendió de filosofía, pero le daba lecciones a cualquiera sobre vida, muerte y piensos. Tampoco se casó aunque tuvo intentos de arrejuntarse con un tal Ramón.

Mi mamá no llevaba bien las cuentas y se embarazó cuando menos lo esperaba. En esos tiempos trabajaba (ella dice) mucho y desde que nació mi hermanita Cata la hizo taco con una mantita y se la llevó. Mi mamá regresó a trabajar.

Esa casa era una locura; entrábamos, salíamos, gritábamos, llegaban amigas, mi papá organizaba reuniones los sábados con sus cuñados y mi mamá seguía (ella dice) trabajando mucho. Cata no tenía tiempo ni ojos para otra cosa; Barbarita era su razón. La vestía, la peinaba, la recibía cuando llegaba de la escuela y le daba de comer. A las otras dos ni nos pelaba.

Barbarita creció, entró a la universidad y Cata se enfermó. Regresó a casa de su madre a pasar los últimos meses. Al final, entre mucho dolor y piensos, Cata murió. Extraños caminos los del cáncer. Cuando una mujer (que jamás bebió, fumó o llevó una vida de excesos), dejó de ser la mamá de una pequeña niña rubia de ojos azules que no parió, su vida perdió el sentido.

Y aunque mi mamá fue quien más lloró a Cata, yo creo que Cata a quien extraña es a mi hermana.


MARGARITA

Las oficinas de gobierno son terribles. Las oficinas de la procuraduría son aún más deprimentes. Margarita trabaja en la colonia Doctores, en un edificio viejo, frío y húmedo. En el segundo piso está su oficina. Nunca está ahí. Ella y otras mujeres que trabajan en ese Ministerio Público casi siempre están en la planta baja, donde están lxs niñxs.

A ese lugar llegan niñxs extraviadxs, violentadxs, lastimadxs, abandonadxs, y aunque la ley permite que estén ahí sólo 48 horas para después ser entregados al DIF local si es que su situación no se resuelve, hay pequeñxs que han dormido ahí hasta 7 meses.

Margarita no tiene obligación legal de hacerse cargo de esxs niñxs, pero para ella lo legal no es necesariamente lo justo, ¨sus niñxs¨ son su prioridad y mientras ella esté a cargo no les faltará nada. Trabaja de lunes a domingo y su sueldo llega bastante recortado a su casa pues de su propia bolsa compra medicinas, cepillos de dientes, jabón y calcetines para los que pasan semanas enteras en ese lugar.

La burocracia y la corrupción acaban con casi todo. Mujeres como Margarita Maguey no es de las que se frenan por papelitos o por omisiones de sus jefes.


No, reproducirse no es una decisión sencilla, y es por eso que no cualquiera debería tomarla. Hay mujeres, como yo, que preferimos ser las tías consentidoras, otras tienen la vocación y las ganas de dejar de ser ellas y convertirse en ¨la mamá de…¨. Desafortunadamente también hay quienes deciden tener hijxs por las peores razones y las abuelas son quienes pagan los platos rotos.

No todo lo que dictan las buenas costumbres encaja con la realidad de este país en este año. La decisión más importante de tu vida es la que puede afectar a otrx y no debería tomarse tan a la ligera.

Antes de decidir, asómate al mundo; puede ser más grande de lo que crees.

Bien por esas madres que no parieron.
Bien por las que queremos placer (mucho) sin maternidad.
Bien por las que amamantan.
Bien por las que razonan sus razones.
Bien por las que defienden su maternidad.
Bien por las que deciden sobre su cuerpo (cuando las dejan)
Bien por las que parieron ideas y nos las heredaron.
Bien por las que engendraron luchas que procuraremos ganar en su nombre.




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