Laura Poy Solano
Periódico La Jornada
Domingo 14 de julio de 2013, p. 33
Ana Sofía tiene siete años y nunca ha ido sola a ninguna parte. No puede salir al pasillo de su edificio ni a las áreas verdes de su unidad habitacional sin la compañía de un adulto. No sabe andar en bicicleta ni patines, porque nadie tiene tiempo para ir conmigo. Lo que más le gustaría hacer estas vacaciones es salir de paseo con su amiga Mayra, aunque sólo podamos ir hasta la reja del edificio.
Como ella, miles de niños pasarán este verano encerrados en casa, pues se estima que en México uno de cada tres menores tiene su hogar como único espacio para jugar, mientras casi cuatro de cada diez dicen que no tienen tiempo suficiente o les gustaría tener un poco más para poder hacer lo que les gusta.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU), por medio del Comité de los Derechos del Niño (CDN), alerta que el juego libre –aquel que no está normado por reglas o se da con la supervisión de un adulto– es considerado cada vez más un tiempo perdido, dedicado a actividades frívolas o improductivas, pese a su impacto positivo en el desarrollo cognitivo y emocional de los menores.
Yolanda Corona Caraveo, profesora investigadora del programa Infancia de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), alerta que el juego libre está en peligro de extinción por el poco valor social que le damos, pero también por el impacto de la violencia, los videojuegos y la falta de sensibilidad de los adultos para entender que permite a los niños tiempo de gozo, alegría y desarrollo de habilidades sociales, como negociar con otros y entablar acuerdos.
En febrero pasado, agregó, el CDN aprobó una observación general al artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño, que establece la necesidad de que los Estados garanticen las condiciones mínimas para que los menores ejerzan su derecho al descanso, al juego y a las actividades recreativas y culturales.
Agrega que se trata de acciones esenciales para la salud y bienestar de los mismos, pues promueven la creatividad, la imaginación y la confianza en ellos, pero también impulsan el desarrollo de sus capacidades físicas, sociales, cognitivas y emocionales.
Sin embargo, advierte que entre los principales problemas para garantizar este derecho está el escaso reconocimiento social al tiempo dedicado a la recreación, ya que padres, maestros y administradores públicos otorgan mayor importancia al estudio o al trabajo con valor económico que al juego, al cual consideran con frecuencia bullicioso, sucio, perturbador o invasivo.
Además, apunta, a menudo los adultos carecen de la confianza, la habilidad o la comprensión necesarias para apoyar a los niños en sus juegos e interactuar con ellos en forma lúdica, y cuando se reconoce su utilidad, se trata fundamentalmente de actividades físicas y deportes competitivos.
Nashieli Ramírez, coordinadora general de Ririki Intervención Social, organización dedicada a la defensa y promoción de los derechos de los niños, destacó que en México la calle ha dejado de ser un espacio público destinado al juego o al esparcimiento.
En las grandes ciudades, agregó, proliferan los niños encerrados, enojados o frustrados porque no juegan, y cuando lo hacen es con las reglas de los adultos en actividades normadas y reguladas.
Hay una generación, no sólo en nuestro país, sino en el mundo, dijo, que ha perdido la calle como lugar de encuentro, donde se podía aprender a socializar, a convivir con niños de nuestra edad, y afrontar el riesgo y la incertidumbre que implica salir a jugar con otros menores sin la supervisión constante de un persona mayor.
La creciente inseguridad y la violencia en gran parte del territorio nacional también impactó el juego libre. En 2010, la Asociación Internacional para el Desarrollo de los Niños y Niñas a Jugar, realizó una encuesta en ocho países, entre ellos México. Realizó consultas en nueve entidades, incluido el Distrito Federal, donde 26.7 por ciento de los habitantes son menores.
Entre los principales hallazgos, destaca que los niños se quejaron de la poca disponibilidad de sus padres para jugar. Casi un tercio de los menores considera la calle y los parques como un lugar inseguro para jugar, mientras la escuela representa un sitio para recrearse únicamente para dos de cada 10.
Este verano, Óscar tiene un deseo: jugar futbol real y no sólo en el mundo virtual. Ya logró que sus padres le compren su primer balón, pero aún no convence a su mejor amigo, Manuel, para conformar un grupo que salga a jugar. Casi todos nos conocemos en Facebook, pero nunca hemos quedado para vernos. Lograrlo será todo un reto.
Periódico La Jornada
Domingo 14 de julio de 2013, p. 33
Ana Sofía tiene siete años y nunca ha ido sola a ninguna parte. No puede salir al pasillo de su edificio ni a las áreas verdes de su unidad habitacional sin la compañía de un adulto. No sabe andar en bicicleta ni patines, porque nadie tiene tiempo para ir conmigo. Lo que más le gustaría hacer estas vacaciones es salir de paseo con su amiga Mayra, aunque sólo podamos ir hasta la reja del edificio.
Como ella, miles de niños pasarán este verano encerrados en casa, pues se estima que en México uno de cada tres menores tiene su hogar como único espacio para jugar, mientras casi cuatro de cada diez dicen que no tienen tiempo suficiente o les gustaría tener un poco más para poder hacer lo que les gusta.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU), por medio del Comité de los Derechos del Niño (CDN), alerta que el juego libre –aquel que no está normado por reglas o se da con la supervisión de un adulto– es considerado cada vez más un tiempo perdido, dedicado a actividades frívolas o improductivas, pese a su impacto positivo en el desarrollo cognitivo y emocional de los menores.
Yolanda Corona Caraveo, profesora investigadora del programa Infancia de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), alerta que el juego libre está en peligro de extinción por el poco valor social que le damos, pero también por el impacto de la violencia, los videojuegos y la falta de sensibilidad de los adultos para entender que permite a los niños tiempo de gozo, alegría y desarrollo de habilidades sociales, como negociar con otros y entablar acuerdos.
En febrero pasado, agregó, el CDN aprobó una observación general al artículo 31 de la Convención sobre los Derechos del Niño, que establece la necesidad de que los Estados garanticen las condiciones mínimas para que los menores ejerzan su derecho al descanso, al juego y a las actividades recreativas y culturales.
Agrega que se trata de acciones esenciales para la salud y bienestar de los mismos, pues promueven la creatividad, la imaginación y la confianza en ellos, pero también impulsan el desarrollo de sus capacidades físicas, sociales, cognitivas y emocionales.
Sin embargo, advierte que entre los principales problemas para garantizar este derecho está el escaso reconocimiento social al tiempo dedicado a la recreación, ya que padres, maestros y administradores públicos otorgan mayor importancia al estudio o al trabajo con valor económico que al juego, al cual consideran con frecuencia bullicioso, sucio, perturbador o invasivo.
Además, apunta, a menudo los adultos carecen de la confianza, la habilidad o la comprensión necesarias para apoyar a los niños en sus juegos e interactuar con ellos en forma lúdica, y cuando se reconoce su utilidad, se trata fundamentalmente de actividades físicas y deportes competitivos.
Nashieli Ramírez, coordinadora general de Ririki Intervención Social, organización dedicada a la defensa y promoción de los derechos de los niños, destacó que en México la calle ha dejado de ser un espacio público destinado al juego o al esparcimiento.
En las grandes ciudades, agregó, proliferan los niños encerrados, enojados o frustrados porque no juegan, y cuando lo hacen es con las reglas de los adultos en actividades normadas y reguladas.
Hay una generación, no sólo en nuestro país, sino en el mundo, dijo, que ha perdido la calle como lugar de encuentro, donde se podía aprender a socializar, a convivir con niños de nuestra edad, y afrontar el riesgo y la incertidumbre que implica salir a jugar con otros menores sin la supervisión constante de un persona mayor.
La creciente inseguridad y la violencia en gran parte del territorio nacional también impactó el juego libre. En 2010, la Asociación Internacional para el Desarrollo de los Niños y Niñas a Jugar, realizó una encuesta en ocho países, entre ellos México. Realizó consultas en nueve entidades, incluido el Distrito Federal, donde 26.7 por ciento de los habitantes son menores.
Entre los principales hallazgos, destaca que los niños se quejaron de la poca disponibilidad de sus padres para jugar. Casi un tercio de los menores considera la calle y los parques como un lugar inseguro para jugar, mientras la escuela representa un sitio para recrearse únicamente para dos de cada 10.
Este verano, Óscar tiene un deseo: jugar futbol real y no sólo en el mundo virtual. Ya logró que sus padres le compren su primer balón, pero aún no convence a su mejor amigo, Manuel, para conformar un grupo que salga a jugar. Casi todos nos conocemos en Facebook, pero nunca hemos quedado para vernos. Lograrlo será todo un reto.
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