20 diciembre 2012

La verdadera reforma educativa....

 Colaboración especial de una maestra mexicana:                       

 

 

Empezaré por confesar que me di por vencida, que no pude más, que laboré 30 años en la docencia (tanto en el sistema oficial como en el particular) y que a pesar de que me llevo hermosos recuerdos del contacto con mis alumnos, con sus padres y con mis compañeros de trabajo, también cargo con la amargura de aceptar la realidad. Fue como derribar un muro de piedra que ante la mínima fractura encontró la mano que lo resanara. Así es el aparato educativo en este país: una mole humana que se escuda en la "normatividad" para acabar con los anhelos y los sueños de los maestros que intentan mejorar el trabajo al interior de las escuelas. No se necesita ser doctor en filosofía para descifrar que el  verdadero propósito de los gobiernos pasados y presente ha sido evitar la formación de seres pensantes y libres, de seres sensibles, creativos, afectuosos, felices y críticos, sino todo lo contrario.

La educación en México, gracias a la burocracia y a la corrupción, frena la superación de los maestros y coarta su libertad para trabajar con sus alumnos. El resultado de la práctica educativa sólo se aprecia en números fríos que nada dicen. Tantos aprobados y tantos reprobados o no promovidos. ¿Aprobados en qué, reprobados en qué? No tuve la fortuna de que alguna autoridad me preguntara cómo se sentían mis niños, qué problemas los aquejaban, cuántos amigos habían hecho, qué opinaban de los acontecimientos que rodeaban su vida, cuánto los quería o cuánto me querían. Es más, una de esas autoridades me recomendó que para evitarme problemas dejara de aceptar alumnos con dificultades. ¡Me lo dijo en serio! Me lo dijo a mí, a mí que en el primer año que trabajé como maestra decidí estudiar la licenciatura en audición y lenguaje porque no pude ayudar a un chiquito a pronunciar la doble r. En otra ocasión se me prohibió mantener en el colegio a un alumno que carecía de boleta oficial, ya que su mamá no pudo liquidar el curso anterior en otra escuela, y le fue retenida como represalia por su falta de pago, de trabajo, de marido y de conocimiento de sus derechos, porque una boleta oficial emitida no puede ser negada por capricho de un particular.

Debo confesar que ese niño terminó su quinto grado conmigo bajo el riesgo de ser expulsado en el momento que el supervisor lo detectara, pero no tuvo boleta para continuar el sexto grado. Así, muchas de las decisiones que tomé, bajo la amenaza permanente de recibir una sanción o de perder la incorporación, fueron para salvar a los niños de la terrible exclusión.

Pienso que este autoritarismo no surge en las personas de la noche a la mañana, se va gestando poco a poco mediante un proceso de insensibilización maquinado desde arriba. Me pregunté muchas veces si esas autoridades irracionales no tuvieron en sus manos algún día un grupo de niños deseosos de aprender y rodeados de dificultades, me imaginé inmediatamente que sí, entonces, ¿por qué olvidaron la realidad, y qué los hizo cambiar?...Lo entendí con el tiempo y gracias a ello sobrellevé muchos años sus actitudes. Para explicarlo mejor retomaré las palabras de un texto de Tolstoy que se titula No puedo callarme, donde habla de la descomposición del hombre: "…lo monstruoso de esas actitudes no es que sean crueles como respuesta a un impulso o bajo el influjo de sentimientos que se imponen a la razón (como ocurre en un pleito o en una guerra) sino que se toman en nombre de la razón y con arreglo a cálculos que se imponen a los sentimientos". Con estas sabias palabras pude entenderlos y revertir las consecuencias de sus disposiciones irracionales, optando por la práctica común de actuar fuera de la norma, es decir a escondidas.

La Constitución Política en su artículo 3º dice que la educación se impartirá de manera laica, obligatoria y gratuita a todos los mexicanos sin distinción, así que al recibir alumnos que no cumplían requisitos absurdos no me aparté de la ley. Pero eso no disminuyó mi angustia por faltar a la normatividad. Mi formación me permitió tener siempre presente el quinto canto del poema a la naturaleza,  de Lucrecio, que habla del nacimiento de la "humanitas", primer contrato social que hizo que los hombres rechazaran la ley del más fuerte para poner en su lugar la amistad y la voluntad de proteger a los débiles. Así que, postergar un contenido temático del programa oficial por buscar la convivencia armónica y la solidaridad entre mis alumnos no me apartó de mis convicciones, aunque sí de la normatividad. Las obras de Eurípides y de Tucídides, que contienen con sutileza el enfrentamiento de las ideas, me enseñaron que la palabra es el arma del pensamiento, pero al enfrentarme con la palabra para defender mis ideas, mis autoridades levantaron un acta de extrañamiento en vez de rebatir mis fundamentos. ¿Cómo pretender que los maestros crezcan ante estas aberraciones? De nada sirven entonces los cursos de actualización, porque sólo actualizan  contenidos y no formas de aprender. En la obra de Eurípides, el arte del debate profundo lleva a una reflexión más densa. Se pasa del juego intelectual al debate filosófico y éste se sitúa alto, el pensamiento se generaliza, las explicaciones sobre las nimiedades se anulan frente a un gran pensamiento. Eurípides, en Las Fenicias, dice: "… ¿para qué apegarte a la peor de las divinidades, mi niño? Hablo de la ambición que te vuelve loco. Más vale honrar a la igualdad que une los amigos a los amigos, las ciudades a las ciudades, los aliados a los aliados. Porque la igualdad es para los humanos un "principio de estabilidad", es ella quien ha fijado las medidas y las pesas, y es ella quien ha definido los números".

En la Secretaría de Educación Pública las diferencias en el escalafón marcan distancias insalvables, además de ser una réplica de nuestro sistema político deciden quien tiene la razón y la verdad absoluta. El tiempo que los directores perdemos en las innumerables juntas, lejos de enriquecernos y orientarnos nos hacen sentir inútiles. Estas juntas fueron una de las causas por las que deserté. A la entrega de cualquier documentación que había que llenar, antecedía la explicación correspondiente (textual): "maestros, en donde dice nombre del director colocan su nombre completo (un día con tinta negra usando sólo mayúsculas, otro día a máquina usando mayúsculas y minúsculas, otro más usando computadora), donde dice turno ponen matutino o vespertino, donde dice clave pongan su clave del centro de trabajo, donde dice datos del alumno colocan apellido paterno, materno y nombre, donde dice edad ponen los años cumplidos, etc…¡Por Dios!, como si los directores no tuviéramos que estar al pendiente de lo que ocurre en la escuela, porque en una escuela hay que tomar decisiones importantes cada minuto. En una de mis visitas a la escuela Nicolás Estévanez, en la Habana, el director me explicaba que mientras hubiera un alumno en el plantel el director no podía  ausentarse. Le pregunté cómo resolvían las juntas con supervisores, me dijo algo maravilloso que ocurre en la isla: "cuando un maestro asciende al cargo de director es porque sabe perfectamente lo que debe hacer en la escuela durante todo el año, no necesita juntas, al contrario, los supervisores o vigilantes de la enseñanza son los que tienen la obligación de acudir a las escuelas para tomar de ellas los datos estadísticos necesarios y para observar el desarrollo de las actividades. La capacitación se lleva a cabo en mesas de discusión en días determinados para no abandonar las clases". Con razón en Cuba la educación es uno de los grandes logros de la revolución.

Volviendo al asunto de las diferencias, que en nuestro sistema educativo conducen a la desintegración, éstas parecen ser el objetivo por alcanzar. En la práctica, los inteligentes y los tontos merecen distinto tratamiento. Aquel que obtiene buenas notas como resultado de un ejercicio memorístico, es decir un 10 en el examen, recibe un estímulo que lejos de serle útil lo lleva a situarse por encima de los demás, en tanto que el niño con escasa memoria, que obtiene un 5, definitivo, es reprendido por la maestra y menospreciado por sus compañeros, como respuesta a la actitud de la supuesta autoridad. Apartándome de esa práctica, las cosas funcionaron de otra manera en mi escuela, el alumno que obtenía una buena nota en la evaluación escrita lo más que podía alcanzar era una puntuación de 6, los 4 puntos restantes se otorgaban por: 1) participación en clase (preguntas o aportaciones)

2) cumplimiento del trabajo

3) creatividad y presentación limpia de apuntes

4) comportamiento (respeto a los derechos de otros).

Según la normatividad esta forma de evaluar fue una salida audaz de mi parte para evitar la reprobación. Y me alegro de que así haya sido porque gracias a eso conseguí que mis alumnos no vivieran el fracaso social y emocional de repetir un grado. La aceptación de niños con problemas auditivos y de aprendizaje me colocó entre las escuelas con bajos promedios generales, y por consiguiente imposibilitada para sobresalir en concursos absurdos, pero al mismo tiempo me permitió que la integración de alumnos con capacidades diferentes fura el detonador para vivenciar valores humanos con el resto de los alumnos, que aprendieron a cooperar, a esperar su turno y a buscar soluciones no violentas a los conflictos. Los niños sordos nos llevaron a magnificar la palabra, a descubrir su esencia (mediante las señas) y su fin último, que es la posibilidad de comunicarnos para entendernos. La palabra, negada a unos por impedimento físico y a otros por imposición de una autoridad irracional, es para mí el recurso maravilloso con el cual los hombres podremos, algún día, evitar las guerras y trascender. Recuerdo aquel fragmento de Pablo Neruda sobre el recuento de la Conquista"…Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos…Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo…Todo se lo tragaban, religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas…Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra…Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes…el idioma. Salimos perdiendo…Salimos ganando…Se llevaron el oro y nos dejaron el oro…Se lo llevaron todo y nos dejaron todo…Nos dejaron las palabras".

Lo recuerdo y siento rabia por no haber logrado intercambiar palabras con las autoridades. Siempre cortantes, siempre coaccionando con la amenaza de imponer una sanción, siempre eludiendo una respuesta lógica. El problema consiste en que la verdadera autoridad no se obtiene por imposición sino por conocimiento y uso exacto de la palabra. Una autoridad carente de conocimiento sólo se respalda en la ley, y de ella se vale para imponer su voluntad, en tanto que una autoridad ganada por el dominio teórico o práctico de la materia que imparte, jamás se muestra intolerante o prepotente. La autoridad (según Ikram Antaki) consiste  en una capacidad para obtener de los demás algunos comportamientos por simple sugestión; se parece a la hipnosis, es también una disposición personal que permite hacerse respetar y obedecer sin recurrir a la fuerza o a la imposición. Me pregunto si el hecho de ascender a un cargo puede dar al mismo tiempo esta capacidad, y me respondo que no. ¿Cómo culpar a estas autoridades si son producto del sistema? Ellas a su vez tienen sobre su cabeza una autoridad igual de irracional, y así se forma la cadena interminable de agentes que frenan la educación en México. Un tío abogado decía: "friega tú que atrás vienen fregando".

Lo terrible es que la cadena también desciende hasta los alumnos. Los maestros, por su amarga experiencia con las autoridades y por el stress de entregar documentación irrelevante, llegan a imponer su voluntad a los niños y limitan sus palabras para dar como ciertas las suyas. Yo me percaté que antes de dar un tema o proponer la resolución de algún problema a los niños, éstos cuentan ya con información que han acumulado de su medio social o familiar, conviene entonces escucharlos y enriquecer su conocimiento sin imponer nada. Sólo así adquiere significación lo que han de aprehender. Por otro lado, el aprendizaje sólo se puede evaluar cuando produce cambios en el individuo, pero los comportamientos no cambian en la escuela, al contrario, se afianzan. Esos patios de las escuelas oficiales que después del recreo se convierten en muladares nos hablan de la falta de civismo, y analizando la basura que dejan los niños (bolsas de plástico embarradas de chile, envases de refrescos endulzados artificialmente, papeles engrasados de manteca, envolturas de alimentos chatarra) nos muestran que las ciencias naturales no han conseguido que los niños aprendan a preservar su salud. ¿Por qué comen eso?, ¿quién otorga la autorización para que la cooperativa escolar distribuya ese tipo de alimentos? Eso no es importante mientras se obtenga una ganancia para mejoras del edificio o adquisición de equipo y material que el gobierno no proporciona, pues el presupuesto se destina para honorarios de asesores, comisionados, coordinadores, promotores, etc. La preocupación está puesta en otro lado, en el llenado de papeles inútiles, en la organización de eventos en los que los niños demuestren lo que los adultos quieren ver y no en lo que ellos son capaces de expresar. La preocupación es ascender en el escalafón para tener el "privilegio" de abandonar el grupo y ejercer un cargo administrativo con mejor remuneración económica. En lo que concierne a la escuela particular la situación tampoco es alentadora, ahí se enseña que lo importante no es el crecimiento espiritual y social sino el alto nivel académico que se alcanza con el ejercicio memorístico de acumular datos, y el empleo de instrumentos tecnológicos que le den un plus a su educación, además del dominio del inglés. La escuela particular se encarga de filtrar a los buenos elementos y desechar a los malos para obtener la Certificación de Calidad, y con ello justificar el aumento de colegiaturas. La escuela particular no está exenta del calvario que implica la incorporación al sistema oficial, pero para ello contrata a un maestro dedicado exclusivamente a quedar bien con las autoridades, a tramitar papeles, asistir a juntas y llenar documentación. A mí me resultó siempre deprimente el hecho de que las escuelas particulares pensaran más en el negocio que en la profesión, y que las oficiales minimizaran su papel dentro de la sociedad. Unas jalando para un lado y las otras para el otro, pero ambas sin asumir el compromiso de formar individuos capaces de transformar la realidad.

Mi inquietud por la literatura y la historia me llevó a ofrecer pláticas (gratuitas) a alumnos de secundaria y preparatoria. Me interesaba investigar qué tan mal andaban o que tan mal andaba yo en mis predicciones. Desafortunadamente me di la razón. Los alumnos en el nivel medio siguen igual de desinformados y desinteresados por la lectura, no han cambiado sus comportamientos infantiles; aunque tienen una visión realista de las cosas, conservan sus ilusiones. Pero, son poco participativos, les faltan argumentos para fundamentar sus ideas, no aplican lo aprendido en el momento de dialogar. Son altamente influenciables por los medios de comunicación, responden de manera violenta ante la crítica, pues no han aprendido a utilizarla para modificar su experiencia. Mi percepción fue la misma en las escuelas oficiales y particulares salvo una excepción, los chicos de preparatorias oficiales son  más respetuosos. No distingo en ellos aún la descomposición social, creo que están a tiempo de girar el rumbo y acceder a la cultura. Sin embargo, pocos continuarán su educación superior pues la demanda supera a la oferta. Aquellos que cuentan con recursos para solventar una carrera profesional, en su mayoría, están convencidos de que su preparación les servirá para obtener un empleo o instalar un negocio que les rinda dividendos, muy pocos se preocupan por el bienestar del país. Y no puedo admirarme de sus aspiraciones, es lo que han aprendido desde chicos en su escuela privada mediante la palabra mágica: "éxito". Por otro lado, los alumnos que consiguen ingresar a Universidades Públicas no  son aceptados tan fácilmente en el momento de ejercer su profesión.

 

Mi abuela, que fue maestra, decía: "El que atiende entiende, el que entiende comprende, el que comprende aprende y el que aprende cambia". Yo siento que la educación en México ha eliminado estos pasos fundamentales (viejos tal vez) del aprendizaje.

-         Ahora se entiende sin atender, por consiguiente cada quien entiende lo que quiere entender. Captar la atención de los alumnos constituye un arte, se requiere de cierta entonación de voz  y de elementos que despierten su interés, es como el actor que impacta al público y lo mantiene atónito. Pero los maestros creen que el hecho de que un alumno no atienda se debe al famosísimo Déficit de Atención, así que de inmediato se deslindan del problema y lo mandan al psicólogo o al neurólogo.

-          Acomodar un nuevo concepto implica dudas y contraposiciones, esto significa que se está entendiendo para después comprender. El maestro lo interpreta como interrupciones o preguntas que el alumno hace para alterar la disciplina del grupo, así que lo calla o lo ignora.

-         La comprensión requiere de retroalimentación, ensayo y aplicación para convertirse en conocimiento adquirido; el maestro omite compenetrarse en el proceso que lleva a consolidar el conocimiento, y se concreta a poner palomita o tache, sin medias tintas, desconociendo en qué fase de abstracción se encuentra el alumno para de ahí partir en el siguiente ejercicio de retroalimentación.

-         Aprender es aplicar adecuadamente el conocimiento a situaciones inesperadas, esto es habérselo apropiado. Significa un cambio en la conducta porque se puede responder con más elementos ante la resolución de los problemas. Si se actúa y se piensa de igual manera no se ha aprendido nada nuevo. Los maestros, orillados por esas autoridades irracionales que solicitan calificaciones numéricas en vez de cambios de actitudes y comportamientos en los alumnos, no están interesados en observarlos, y no me refiero a la conducta buena o mala, sino a la forma inteligente de resolver problemas de la vida cotidiana.

 

Un programa educativo no puede cifrar sus metas en la adquisición de contenidos temáticos (que es lo único que se evalúa), un verdadero programa educativo se propone transformar a los individuos y desarrollar en ellos actitudes, habilidades y capacidades que los lleven a desenvolverse positivamente en su medio social y que sean capaces de transformarlo en bien de la mayoría, pero, sobre todo, se propone que alcancen la felicidad. En México no se educa a los alumnos, se les adiestra, se les vigila, se les moldea para que sean presa de la manipulación que impone la clase social instalada en el poder…Así de frío y así de simple, de ahí que la estructura de nuestro pobre aparato educativo se comporte con ese autoritarismo y esa falta de visión hacia el futuro. Me niego a ser parte de ella y me voy con la convicción de que hay otras trincheras para combatir la ignorancia. Cuantas veces quise ejercer mi derecho de hablar para exponer lo que aprendo cada día con los niños, y lo que aprendo en los libros, fui silenciada y amenazada, tachada de rebelde y conflictiva. Lejos del Sistema Educativo Nacional podré hablar sin represalias. Estaré lejos de los niños pero los sentiré cerca, porque en adelante tomaré la palabra para defender su derecho a la educación, a la felicidad  y a la libertad.

 

 

 

                    

 



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